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Diario Mi Belgrano. Febrero 2016
Transcripción de la nota:
ARRIBEÑOS, UN
BARRIO CHINO DE PELÍCULA.
Las primeras imágenes corresponden a un
tren en movimiento. Las ventanillas, las figuras difusas en el interior, el
blanco y azul de los vagones apenas si dejan entrever su forma, se deslizan a
toda velocidad como fantasmas persiguiendo una realidad que los contenga. De
pronto la formación despeja la pantalla y una quietud momentánea, enmarcada por
el imponente arco de acceso al Barrio Chino, pasa a dominar la escena.
Enseguida
empieza el movimiento: un vecino cruza las vías apurado, se levantan las
barreras, los automóviles aceleran, una multitud invade las veredas.
En uno de los tantos trenes que corren
paralelos a la calle Arribeños, una vez al mes, desde Tigre, según el poema de
Song Lin cuya letra acaricia y carga de sentido a la película, viene una
persona a recuperar un trozo de su patria y de su memoria al Barrio Chino de
Belgrano. Durante todo el día dicha persona recorrerá lentamente esas cuadras,
mirará las novedades, conversará con algún conocido y por fin, al atardecer,
con sus bolsos cargados de productos (la excusa para venir) regresará a su
ciudad con el corazón rebosante de recuerdos. Y de fantasmas.
“El poema fue un
gran hallazgo”, cuenta Rodríguez, “que apareció
cuando empecé a investigar en la cultura oriental. De cine algo conocía, y de
poesía tenía una antología contemporánea que había sido publicada en la
Argentina. A principios de la década del 70, Song Lin estuvo unos meses acá y a
partir de esa experiencia nació este poema titulado “Barrio Chino”. Por suerte
lo encontré, casi por azar, al principio y de alguna forma resultó clave para
algunos momentos del relato y sintetizaba muchas de las cosas que yo quería
decir.”
Arribeños se nutre de muchas historias
similares a la que narra el poema. Todas historias de fantasmas. De lugares y
personas que van mutando, de imágenes atesoradas en el recuerdo, de sensaciones
acurrucadas en la memoria.
Marcos Rodríguez confía en la imagen, de
los protagonistas sólo se escucha la voz en off. Son ellos quienes, con mayor o
menor dificultad en el dominio del idioma, van desgranando sus historias
mientras la cámara deambula por el barrio. Se detiene en una persiana que se
levanta, curiosea en interiores, recorre objetos y comidas, circula entre los
paseantes, investiga. E insistentemente, siempre, vuelve a los trenes y a las
vías.
Así aparecen las historias de los chinos
que llegaron durante la primera mitad del siglo XX y que se radicaron en
localidades cercanas a Buenos Aires constituyendo pequeñas cooperativas de
horticultores y también se desgranan las historias de los que vinieron después,
durante la gran inmigración taiwanesa de principios de los noventa, y que se
dedicaron casi exclusivamente al comercio minorista. Y las historias de sus
hijos y las de sus nietos.
Uno de los protagonistas de Arribeños,
Carlitos Lin, hace un tiempo, le confiaba a Mi Belgrano: “Mi Nombre
original es: Lin Wen Chen (Bosque de idioma firme) Me conocen como Carlitos
Lin. Tengo 35 años y si bien soy de origen Chino/Taiwanes, desde los 2 años
estoy radicado en Buenos Aires.
Me formé como Comunicador Social UBA y Locutor Nacional ISER
y me recibí en el año 2005. Me formé en la profesión con Juan Alberto Badia en
el programa Estudio País 24 entre 2007 y 2010. Actualmente conduzco CHINO
BASICO un programa de Tv en Metro donde enseño el idioma chino mandarín
(www.chinobasico.com). Soy Locutor de Cabina en Canal 7, la Tv Pública y
también maestro de ceremonias para la embajada China y el Consulado Taiwanes.
Desde hace 2 años conduzco el Mundial de Tango, el Campeonato metropolitano de
baile y la noche de las milongas.”
En ese mismo
sentido, cargada de anécdotas e historias de vida, con alegría o desencanto, la película Arribeños
se desliza cariñosamente entre la gente del Barrio Chino.
Rescata las vivencias de aquel chino
pintor que, recién llegado a argentina y tal vez urgido por la necesidad de
integración, empezó a pintar con formas occidentales y que un buen día sintió
la necesidad de recuperar su historia y se puso a pintar, frenéticamente, a la
manera oriental.
Presta oídos a aquella joven china que dice
amar la leche y que, recién con su llegada a la Argentina, por primera vez en
su vida, consigue darse el gusto de consumirla en abundancia.
O a aquella otra que ganara papel
higiénico como todo premio en un festival. Un camión lleno de rollos de papel
higiénico, para alegría de su padre comerciante.
Tampoco faltan las anécdotas de los
nombres. Carlitos, Hugo, etc. Nombres nuevos, generalmente elegidos de manera
unilateral por algún argentino que no conseguía retener los imposibles nombres
chinos.
Quedan también reflejadas las historias
del trabajo febril y la renuncia a lo superfluo. Y el desinterés de algunos por
sus afectos familiares en aras del progreso y de una mejora económica y social.
Están también las historias comunes a
todos: el templo, las festividades, la sede de la colectividad.
En casi todos los testimonios flota de
manera perceptible la idea de hallar un espacio común, a salvo de la
subjetividad de la memoria, donde depositar y mantener el legado y, tal vez mediante
ciertos ejercicios rituales, ver como se actualiza, en una porción de la tierra
nueva, la añorada tierra lejana. Esas son las historias que cuenta Arribeños.
Pasa otro tren. Pasan muchos trenes. Tal
vez en uno de ellos regrese a Tigre la persona del poema. No lo sabemos. Tal
vez ya sea un fantasma como tantos otros. Como la lejana China de origen para
el chino que vive en Argentina.
Un fantasma como ese Barrio Chino, del año
2015, que retrata la película. Un barrio que, inasible y fugaz, como todas las
cosas, hoy ya se muestra cambiado.
Arribeños (Argentina/2015). Guión y
dirección: Marcos Rodríguez.