Wajib,
Palestina/Francia/Alemania/Colombia/Noruega/Qatar/Emiratos Árabes Unidos, 2017.
Wajib, la tercera película de
Annemarie Jacir, se llevó el Astor de Oro a Mejor Película en la 32 edición del
Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.
Wajib puede traducirse como “Deber social”.
En la película de Annemarie Jacir dicho deber consiste en entregar invitaciones
de casamiento en mano. La tarea estará a cargo del padre de la novia, Abu Shadi,
un maestro de escuela que vive en Palestina, y de su hijo, Shadi, recién
llegado de Roma. La entrega de invitaciones, los reencuentros con familiares y
amigos, las calles de la ciudad y el trayecto recorrido juntos en el viejo auto
del padre avivarán tensiones escondidas.
La directora
inscribe su historia en referencia al viejo enunciado de Tolstoi, “Describe tu
aldea y serás universal”. Sólo que “su aldea”, dividida entre el mundo
tradicional (el del padre) y el occidental (el del hijo), lejos está, en
apariencia, de ser un todo.
Las primeras
señales de que existe un malestar latente entre los protagonistas, proviene del
ocultamiento. Ambos esconden que fuman. El padre porque ha sido sometido a una
cirugía coronaria y tiene prohibido fumar y el hijo porque sostiene que ha
dejado el cigarrillo anticipándose a las consecuencias.
Abu Shadi, el
padre, mucho tiempo atrás, sufrió el abandono, bochornoso para él, de su mujer y ha
debido hacerse cargo de la crianza de los menores. Ahora su hija está a punto
de casarse y él aún sueña con inscribir a su hijo dentro de las costumbres del pueblo, quisiera que regrese y también se case con una mujer Palestina.
Shadi, por su
parte, que ha estudiado arquitectura y reside en Roma, encuentra a su ciudad de
origen sucia y mal conservada. Tolera a regañadientes las costumbres
tradicionales y se muestra intransigente con todo aquello que provenga de
Israel (convive con su novia, hija de un conocido líder de la OLP).
Con esas
diferencias, padre e hijo recorrerán las calles de la ciudad haciendo
explícitas las tensiones en tono de amable comedia.
Finalmente, al caer
la noche, luego de innumerables disputas, con el deber social medianamente
cumplido, ambos se sientan en el balcón de la casa a fumar, ya sin
ocultamientos, un cigarrillo conciliador.
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