Entre dos aguas, España, 2018.
Entre dos aguas, la película de Isaki Lacuesta, se llevó el Astor de Oro a Mejor Película en la 33 edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.
Isra y Cheíto (los hermanos Israel y Francisco
José Gómez Romero) debutaron en el cine, con trece y catorce años
respectivamente, en La leyenda del tiempo (2006), el segundo largometraje del
catalán Isaki Lacuesta.
Doce años después, en Entre dos aguas, una
ficción, como la anterior, construida a partir de elementos documentales, el
director retoma la historia de estos personajes y da cuenta del paso del tiempo
(en sus vidas, y en el cine) como lo hiciera Truffaut con su Antoine Doinel o
Linklater en Boyhood.
En este nuevo acercamiento, ambos
hermanos, ya adultos, se reencuentran en la comunidad de pescadores de San
Fernando, en Cádiz, con sus diferencias más acentuadas. Mientras que el mayor,
Cheíto, ha encontrado la estabilidad trabajando en la cocina de un barco de la
Armada Española y sueña con tener en el futuro su propia panadería, el más
chico, Isra, ha pasado tres años en la cárcel, por narcotráfico y otros
delitos, y no conoce otro oficio que el de juntar mariscos en la playa, y vivir
al día, en el más estricto presente (su máxima: la vida son sólo tres días; los
dos primeros son para disfrutarlos, y en el tercero se muere o, si hay suerte,
también se lo disfruta).
El juego de opuestos va pautando la
película. Ambos personajes, como un todo dividido por mitades, se distancian en
su modo de vivir pero nunca en el afecto.
Cheíto querrá
que su hermano se gane el pan dentro de la legalidad pero Isra, condicionado
por el medio, y por su pasado (su mujer, por ejemplo, no le permite volver a
casa ni convivir con sus hijas), no pone el suficiente empeño para lograrlo.
Sin embargo, Isra no tardará en descubrir
que la vida no se compone sólo de presente, ni de la fugacidad de aquellos deseos
que, insatisfechos, parecen corroerle el alma. Una tarde, jugando con sus hijas
pequeñas (a dejar las marcas de sus respectivas alturas en el tronco de un
árbol, con la idea de ver a las mismas superadas en los años venideros), Isra
comprende, por fin, el tenor de las responsabilidades adquiridas; aquellas que
exceden el marco de su pobre existencia, y que crean un compromiso con el
futuro, y con la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario